La cualidad reproductible de la fotografía permite que de ella, deriven muchas prácticas de creación visual; sin embargo, no es lo mismo mirar una fotografía documental que una fotografía publicitaria o una fotografía artística. En el caso de Judy de Bustamante, no hay pie para confusiones.
En la obra de esta fotógrafa se mezclan elementos del arte tradicional y otros propios de la fotografía, como la composición, la luz, el claroscuro combinados con un enfoque preciso y la captura del detalle de la realidad. Estos, junto con la prolijidad de su trabajo de laboratorio, producen imágenes fotográficas que, además de su valor formal, tienen la facultad de remitirnos a un Quito convulsionado por cambios estéticos, políticos y sociales.
En su serie de retratos Nuestra Gente (1994) nos presenta a profesionales ecuatorianos, en su mayoría en espacios familiares para ellos. Esta contextualización dota de gestos de naturalidad a los retratados, haciendo de estas imágenes testimonios de visuales de estos profesionales. En las imágenes de Paisajes e Historietas (1999), podemos ver un testimonio de otro tipo. Es la mirada de la fotógrafa sobre el desarrollo urbano de la ciudad que habita, nos habla del desasosiego por la falta de planificación urbanística y por el desorden de un futuro que tardó poco en llegar. En su serie Retablos (1997) reflexiona sobre la crisis política que trajo el gobierno de Abdalá Bucaram entre 1997 y 1998. La imagen fotográfica producto de puestas en escena en espacios y con objetos comunes para la idiosincrasia ecuatoriana, junto con los títulos de las fotos, crean una operación poética que nos hace revisitar diferentes memorias a cada espectador.
Finalmente es necesario decir que, las fotografías de Judy nos muestran una época de ruptura para el arte ecuatoriano de la que Judy es cronista y protagonista ya que presenta, una mirada dual que permite pensar dentro y fuera de la imagen. La primera una visión externa y crítica que ve al Quito de los noventa desde los ojos de una extranjera. Y al mismo tiempo, una contemplación calmada y serena, propia de una persona que conoce a los ecuatorianos después de muchos años de vivir en esta ciudad.
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